Estrenos

Un poco de amor francés

En Golpe de suerte en París (Coup de Chance, en el original), Woody Allen no solo entrega su película número 50, sino que, además, continúa en la exploración de historias de parejas que se vean movilizadas por una pregunta: ¿existe la suerte o existe el destino? 

 

La aparición y popularidad del FOMO (Fear Of Missing Out) como concepto le puso un nombre a una sensación extendida muy propia del siglo XXI: en algún lado hay una fiesta mejor que aquella en la que estamos. No era una percepción interior inédita (nada es nuevo en esta tierra, ni siquiera el cine), simplemente es un estado que parece determinar y configurar una sensibilidad inmersa en ese loop de neurosis infinita y paralizante. El siglo XXI es el siglo de los cerebros quemados por los pensamientos rumiantes. Lo que lleva a una pregunta que perturba: si estoy acá, ¿qué me estoy perdiendo en otro lado, en ese allá que aparece y se cristaliza como un paraíso perdido? Ese es el cuestionamiento que tiene en la cabeza y en el cuerpo Fanny (interpretada con soltura por Lou de Laâge), la protagonista de Golpe de suerte en París. Casada con, por llamarlo de algún modo, el empresario Jean (Melvil Poupaud), que la provee de solidez y holgura económica (es decir: “un buen partido”, a ojos de su madre), ella se acaba de cruzar con Alain (Niels Schneider), alguien que la deseó en la adolescencia y ahora (tiene un presente de artista: es escritor) la vida los pone nuevamente frente a frente. Comienzan una relación de clandestinidad. Y lo que sigue es ver cómo se resuelve este conflicto entre la búsqueda de cierta bohemia enfrentada (el hombre nuevo) a la vulgaridad previsible del dinero (el hombre conocido). 

Lo que se llama conflicto en Woody Allen siempre se trata de una premisa en forma de pregunta en relación al ser (¿no es eso el humor: cuestionarse sobre el absurdo de existir cuando está la muerte ahí nomás?) y las vinculaciones (que es cuando empiezan los problemas). De ahí que su cine se ubique en la indagación psicológica de personajes que, en la mayoría de las veces, están atravesados por los elementos de una cultura escolarizada: el psicoanálisis, la filosofía, la escritura, los museos, etcétera. Y, además, es un tipo de cine que problematiza las relaciones entre hombres y mujeres desde un lugar salvaje. Sus personajes toman decisiones que les destruyen la vida o, por lo menos, la vida que llevaban hasta ese momento. Es en esta tensión, entre lo intelectual (lo elevado) y lo primitivo (lo bajo), que se mueven sus películas, que con el correr del almanaque (algo habitual en alguien que produce mucho) empieza a reiterar sus consignas, sus planos y sus trucos. 

Golpe de suerte en París tiene varios elementos que la hacen especial ante los ojos del espectador de Argentina: es su película número 50 (quizás estamos ante el final de una carrera deslumbrante en la dirección de un cine muy personal y, hasta ahora, inigualable), está totalmente hablada en francés (por primera vez se corre del inglés como lengua hablante) y presenta, tal vez, su estructura más consistente en relación a sus últimas películas. Lo que no representa, en absoluto, un cambio de dirección que venía llevando. Woody Allen es de esos artistas que solo profundiza su propuesta y su mirada hasta las últimas consecuencias. De ahí que cada película lleva indefectiblemente una huella indeleble e inconfundible. Y eso ocurre en este caso. A pesar de todo, Golpe de suerte en París no tiene ningún espíritu de despedida ni de suma de una carrera. Es más: parece una película más en un camino inmenso como el de Allen. Sin embargo, este cine que se hizo un espacio en el siglo XX, sobrevive en este siglo de manera conflictiva porque Woody Allen se convirtió en un paradigma de aquello que significa “separar obra de artista” o “los problemas de la persona taparon la obra”. En este sentido, el análisis de sus películas se corrió del eje habitual para ingresar en un territorio espinosos donde todo parecía mezclado y turbio porque tendía a la desinformación y al prejuicio (conviene recordar que fue juzgado varias veces y en todas las instancias fue declarado inocente del abuso sexual a su hijastra Dylan Farrow, como también hay que recordar que está en pareja al día de hoy con la que era su hijastra Soon-Yi Previn). ¿Qué lugar ocupa Golpe de suerte en París en este contexto? Son los últimos destellos de un proyecto único que con el tiempo volverá a tener (porque el pasado no se puede borrar –por más que esta época lo intente– y además crece a cada segundo) el reconocimiento que se merece.