La jubilación de María Magdalena

En su nueva película, François Ozon retrata el vínculo entre dos amigas de la tercera edad atravesado por secretos, culpa y tensiones familiares. Cuando cae el otoño retoma su obsesión por el costado oscuro de lo cotidiano.
En una de las tantas entrevistas que dio François Ozon a raíz de Cuando cae el otoño, el director dice que “le encantó trabajar con Vincent, de 81 años, porque realmente parece una mujer de 81 años”. Después agrega: “Algunas actrices francesas tienen tanta cirugía plástica que ya no tienen edad”. Está hablando de Hélène Vincent, protagonista de su última película y actriz de larga trayectoria. La doble afirmación en cuanto a la edad de ella no es redundante sino necesaria. En un mundo estereotipado y obsesionado con la juventud, las películas de François Ozon y los actores y actrices con los que trabaja son fundamentales como barricada moral contra esa realidad. La verosimilitud de sus obras no radica particularmente en la historia que cuentan o cómo la cuentan, sino en el desarrollo de sus personajes. Son pequeños recorridos de un deslumbramiento mundano, el momento en que la realidad supera a la ficción.
La película comienza en una iglesia y con la historia de María Magdalena. Lo que parece un detalle bíblico va acumulando sentido hacia el final. Cuando cae el otoño relata la vida de dos mujeres mayores que viven sus días de retiro en un pueblo rural en las afueras de París. Dos amigas de larga data que tienen varias cosas en común pero sobre todo una: el pasado que, de alguna manera, las condena. En el medio hay hijos problemáticos interpretados por Pierre Lottin y Ludivine Sagnier, dos habitués del melodrama y de la filmografía del propio director. Uno recién salió de la cárcel y la otra es una madre harta a la que el cansancio le desborda por los ojos. El punto de inflexión de la película es un almuerzo familiar donde comen hongos, la hija se envenena y culpa a la madre de querer matarla. A partir de eso se desarrollan una serie de situaciones que intentan enmendar el conflicto original y no hacen otra cosa que acentuarlo. Muchas veces, en pos de hacer el bien, las cosas salen mal. O peor: tienen un desenlace mortal.
Los films de François Ozon tienen pliegues y movimientos como los de una piel curtida por los años, un poco como los de estas dos tiernas abuelas. Son obras que se debaten entre el amor y la muerte, la familia y el crimen, y en las que, como en la vida misma, la tragedia puede irrumpir en cualquier momento. Si bien la filmografía de este director es sumamente prolífica, ya que cuenta con casi cuarenta películas, se pueden trazar ciertas temáticas que son una obsesión autoral. La más patente es aquella alrededor de la familia, en particular cuando se asoma lo monstruoso, el horror en lo cotidiano. Explora lo que Freud denomina lo siniestro, aquello que nos resulta familiar y, a la vez, sumamente perturbador. Los ejemplos más claros de esta conjunción de elementos son las joyitas de Sitcom (1998) y Sous le sable (2000).
Cuando cae el otoño es una película sobre la piedad y el deseo. La piedad no en un sentido religioso sino aquella que es esencialmente humana. De cómo dos mujeres mayores unidas por un fuerte lazo de sororidad logran sobrevivir a un mundo ingrato con sus viejos. Ozon logra nuevamente poner en primer plano a la tercera edad y sus derivas sin caer en la condescendencia y banalización. Todo lo contrario: siempre puede haber algo oculto en las historias que te contaba tu abuela antes de ir a dormir.