Yasuo Inomata y los paisajes de la verdad

El amo del jardín, de Fernando Krapp, cuenta la historia de Yasuo Inomata, el paisajista más importante de Argentina, que nació en un pueblo del norte de Japón y en los años ‘60 se estableció en Escobar. El documental podrá verse los domingos de junio a las 18:00 en el Malba.
Fernando Krapp nos presenta un tesoro –y no exageramos– como eje de su documental El amo del jardín, recientemente estrenado en la edición número 26 del Bafici. El film pone en escena la figura del paisajista más importante de Argentina: el japonés Yasuo Inomata, que llegó a Buenos Aires en la década del sesenta y eligió asentarse en Escobar, provincia de Buenos Aires.
El recorrido propuesto por Krapp es orgánico y delicado. Exige del espectador una observación atenta, pausada, para poder captar lo trascendental que atraviesa al personaje y su obra. No se trata solo de una biografía ilustrada ni de un tributo reverente, sino de una experiencia contemplativa, una búsqueda en espejo. Si el criterio de Inomata para construir jardines está profundamente ligado a los principios del zen —sabemos que así es—, el montaje y la estructura del documental de Krapp parecen seguir reglas similares: todo fluye sin apuro, sin subrayados, dejando espacio a lo que no se dice, a lo que simplemente se deja ver.
La película se desprende, además, de una investigación más amplia que el propio director desarrolló en torno a la comunidad japonesa en Argentina, para su libro Una isla artificial. Pero aquí el foco se concentra en un personaje singular. Inomata no fue lo que la mayoría de los inmigrantes japoneses fueron en este país: Inomata pudo materializar su deseo. Encontró su verdad.
Diseñador del Jardín Japonés de Escobar, autor de un jardín para el actor Tommy Lee Jones, colaborador en proyectos de urbanismo como la ampliación de la Avenida General Paz, su trayectoria es diversa. Pero también marcada por dos eventos dolorosos: el tsunami de 2011 que golpeó a Japón y que lo afecta profundamente a la distancia y, en un plano más íntimo pero igualmente devastador, la modificación de su diseño original del Jardín japonés de Buenos Aires. El enojo de Inomata ante esa alteración no es simplemente una reacción ególatra o estética; es una declaración ética. La belleza, en su sistema de pensamiento se homologa con la verdad. Cuando se altera el equilibrio de un jardín, se rompe esa verdad. ¿Y qué queda cuando se rompe la verdad? La respuesta, en la voz que imaginamos del herido paisajista –ese hombre que afirmó que se haría el harakiri si los árboles que trasplantó para una obra no sobrevivían– es clara: nada.
El documental encuentra un tono pregnante en esa quietud. Inomata habla con devoción de las piedras que traslada desde lejos, las observa, imagina formas animales en ellas. Crea allí donde aparentemente no pasa nada. Es un escultor del silencio. Krapp se detiene en esos gestos mínimos, los vuelve centrales. Nos muestra a Inomata trabajando, evocando su proceso, reconstruyendo su búsqueda quizás de una manera un poco esquiva. Lo escuchamos con atención, hasta que suelta: “Total no va a entender”, refiriéndose a su retiro como paisajista y al agotamiento de sus imágenes y sus planos. Esa idea, que podría ser un cierre, se transforma en un desafío: “Si quiere entender, tiene que viajar a Japón”. Y es precisamente eso lo que sucede.
El documentalista viaja junto a Inomata y su hijo a Japón. Tal vez no para entender del todo, sino para entregarse al recorrido. Lo que importa ya no es la comprensión racional, sino la disposición al asombro. En el último tramo de la película, con el “código Inomata” ya incorporado, el espectador se permite otra forma de ver: más abierta, más libre. Nos entregamos al ritmo de las voces, a la cadencia del idioma japonés, a los gestos entre amigos. En ese regreso a la fuente —literal y simbólico—, el artista parece recargarse de sentido. Y es en este tercer acto que encontramos a Inamoto en todo su esplendor. Vale la pena el viaje.
El amo del jardín es un documental hipnótico, preciso y profundamente humano.Hay algo de infinito en cada imagen, algo de esa verdad se queda vibrando en el espectador. Una película silenciosa, sin ser pretenciosa, sí, pero con un eco profundo. De esas que se ven con el cuerpo quieto y el alma en continuo movimiento.