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Los diferentes ruidos del agua

Parthenope es un retrato visual y emocional de la vida de una mujer y la esencia de Nápoles. A través de ella, Paolo Sorrentino captura la ciudad, su historia y sus contrastes.

 

“Empezamos a ver cuando el resto se desvanece”. La frase, vertida sobre el final de la cinta por uno de sus personajes, bien podría ser el subtítulo de este film. Parthenope, la nueva aventura de Paolo Sorrentino, cuenta setenta años de la vida de una mujer a través de instantes, escenas y microhistorias que se desarrollan con una belleza deslumbrante, como el Ganador del Oscar a Mejor Película Extranjera (La gran belleza, 2013) tiene acostumbrado a su público.

La historia podría resumirse así: una mujer que nace en el mar recibe el nombre de la antigua ciudad de Nápoles. Nombre que también alude a una bella sirena de la mitología griega que muere de manera trágica y cuyos restos son enterrados donde luego se emplazaría la ciudad del sur de Italia. A lo largo de 136 minutos, Parthenope, interpretada por una notable Celeste Dalla Porta en su debut en la pantalla grande, desplegará una belleza magnética que se equipara a la de los deslumbrantes paisajes de Capri y la costa napolitana como solo los ojos de Sorrentino saben filmarla. Los encuadres se convierten en pinturas.

La protagonista estudiará antropología, intentará convertirse en actriz y se enredará en diversos amoríos llamando la atención de diferentes hombres –también mujeres– que caen rendidos a sus pies. Entre tantos, un extraño Gary Oldman que interpreta a un bucólico y desvariado John Cheever y a un recio Peppe Lanzetta que hará las veces del Obispo Tesorone, a cargo del milagro de San Genaro; una de las escenas más sacrílegas y, al mismo tiempo, más magnéticas del film. 

Al igual que películas anteriores de este director, como Fue la mano de Dios (2021), la historia de Parthenope se vuelve una excusa para forjar una oda a Nápoles, ciudad donde Sorrentino se ha criado y se encarga de retratar con una potencia fulgurante. Se embebe del mejor Fellini, del Neorrealismo italiano y, por momentos, hasta de David Lynch; en algunos planos nocturnos y en una de las escenas finales, cuando conocemos al hijo del profesor Marotta (a cargo del querido Silvio Orlando) que se vuelve un instante ominoso que puede resultar disruptivo pero no deja de ser atractivo.

Parthenope, quien termina recibiéndose con honores de antropóloga y convirtiéndose en una docente a la que veremos jubilarse, realiza una tesis sobre los límites culturales del milagro. Ese podría ser otro mensaje entre líneas que sobrevuela esta historia. “La gente vive y muere aquí por razones sin sentido. Odio esta ciudad”, dirá en un momento. La película puede leerse en clave de tragedia griega así como también de radiografía visual, retórica y estética de una ciudad (que, como no podía ser de otro modo, también incluye sus correspondientes planos con hinchas del Napoli celebrando su Scudetto del 2023).

“La antropología es ver”, le dirá el profesor Marotta a Parthenope, su mejor alumna. Sorrentino enseña en sus películas su peculiar modo de ver. Que si bien construye un manifiesto sobre la belleza, no está exento de barroquismo y grandilocuencia. Es por eso que puede conmover, impactar y espantar en partes iguales. Entre los diferentes ruidos del agua del mar Tirreno y la belleza magnética de sus personajes, la película funciona, al igual que el arte, como un modo de resolver incluso sus propias contradicciones.