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La gran bestia pop

¿Cómo fue que Robert Allen Zimmerman se convirtió en Bob Dylan? Un completo desconocido de James Mangold es una biopic que retrata ese momento en el que un guitarrista y tímido songwriter llega a la tierra del folk (la Nueva York de comienzo de los 60) para convertirse en leyenda y modificar la música popular de occidente para siempre. 

 

La banda escocesa Belle and Sebastian tiene una preciosa canción que se llama “Like Dylan in the Movies”, que está en su segundo disco If You’re Feeling Sinister (1996). En un momento, cerca del comienzo, dice así: “Si te siguen/ no mires hacia atrás/ como Dylan en las películas” (“If they follow you/ Don’t look back/ Like Dylan in the movies”). Hay mucho del espíritu de estas palabras (“No mires hacia atrás”) en la biopic Un completo desconocido (A Complete Unknown), de James Mangold. Es decir: el artista conocido como Bob Dylan, incluso mucho más que David Bowie, por ejemplo, es ese animal que constantemente pone en práctica lo que el escritor César Aira instauró como un sistema de trabajo creativo: la fuga siempre es hacia adelante. Importa lo próximo mucho más que lo ya hecho, es más trascendente seguir el camino que volver sobre nuestros pasos. Por eso mismo, hay otro dictum de Aira que es pertinente (y que se relaciona mucho con Dylan): “Prefiero lo nuevo a lo bueno”. En este sentido, Un completo desconocido nos pone en escena a la primera etapa de ese Bob Dylan que llega a Nueva York a comienzos de los 60, se vuelve una estrella, pasa del folk al rock eléctrico (“¡Judas!”) y encuentra en el arrojo hacia el mañana (que implica no ceder ante ninguna presión del entorno) una manera de construir su recorrido. Por esta razón, la película concluye (y esto no es ningún spoiler), de forma sugestiva, con él andando en moto: porque es un símbolo de libertad en ese momento histórico (pensar en Easy Rider de Dennis Hopper), porque muy pronto Dylan tendrá su famoso accidente de moto que lo pondrá en boxes un tiempo, y porque la moto está presente en Highway 61 Revisited (donde está la obra maestra –hasta ese momento– y summum dylaniano: “Like a Rolling Stone”), su disco del 65, que es hasta donde llega esta biopic. 

El papel de Dylan está en las manos y el cuerpo y la gargante de la estrella Timothée Chalamet, y hay que decir que logra un gran trabajo de mímesis con respecto a Dylan porque nunca cae en la parodia involuntaria ni en la apropiación de una máscara vulgar o excesivamente estereotipada. Es un armado sólido de una imagen icónica vista mil veces en todos los libros de historia o revistas de rock (cuando existían), y sin embargo pudo digitar un rompecabezas verosímil desde ese Dylan que llega a Nueva York en la parte de atrás de un auto hasta el Dylan del final que modificó el rock en Occidente y está viendo cómo seguir todavía con lo suyo sin que lo molesten. Sus movimientos físicos, su mirada, su tono al hablar, incluso el hecho de que cante y toque la guitarra él mismo (algo mucho más arriesgado que las acrobacias de Tom Cruise al no usar dobles de riesgo): todo eso confirma a Timothée Chalamet como un actor de una ductilidad notable. Pero si esta película se torna atractiva a medida que pasan los minutos es por la integración que se logra con el tridente que conforman Edward Norton, Elle Fanning y Monica Barbaro. Cada uno en sus respectivos roles encuentran la forma de expresar con sutilezas lo que sienten (corazones rotos, sueños hundidos, esperanzas caídas) al ir viendo los cambios, cada vez más pronunciados e irreversibles, de Dylan. 

Los instantes musicales de la película (canciones que una vez que terminan dan ganas de pararse y aplaudir) de algún modo son la sintaxis que se desarrolla: del hombre solo con su guitarra y sus palabras hacia la conformación de una banda que ama la electricidad y quiere “portarse mal”, como le sugiere Johnny Cash en un momento, dan cuenta de la evolución de Dylan en dos viajes que se dan en paralelo: en la escritura de canciones cada vez más complejas y surrealistas y en su vínculo con el formato folk (habitarlo, reinventarlo y abandonarlo). De ahí que la idea del título con relación a lo “desconocido” se puede pensar en varios aspectos que la película roza y confronta: de alguien que considera la identidad como algo que debe modificarse cada cierto periodo de tiempo, de alguien que oculta y falsea su pasado hasta a sus seres más cercanos, y de alguien que prefiere manejarse en la incertidumbre y la impermanencia. Un completo desconocido es, en cierta manera, la forma en la que un músico quiere liberarse de cualquier cerco que quieran ponerle alrededor.

Es trabajo para un ensayo pensar la relación de Dylan con el cine porque implica contemplar que es un artista que, por supuesto, excedió el marco de la música para ser un engranaje central del arte en el siglo XX y lo que va del XXI. Ya sea como objeto de documentales canónicos (No Direction Home y Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story de Scorsese, entre otros), como actor y creador de la banda sonora (Pat Garrett and Billy the Kid de Sam Peckinpah, por ejemplo), como director (Renaldo y Clara de 1978), o como carne de biopic (I’m Not There de Todd Haynes, quizás la película más acertada en su abordaje de las diversas caras del músico), Bob Dylan sigue despertando fascinación porque es una forma creativa atemporal (además de terriblemente misteriosa) que conecta tanto con lo atávico (se apropia de las raíces de la cultura norteamericana) como con el futuro (ganar el Nobel, etc.). En cualquier caso, Un completo desconocido, una película que tiene múltiples inexactitudes con la historia verificable (algo que no debería ser un impedimento para disfrutarla) porque concentra las tensiones, es una pieza más en el intento de encontrar una respuesta de la siguiente pregunta: ¿qué sería de nuestra vida sin la música? El horror, el horror, como dice el Capitán Kurtz en Apocalipsis Now.