Los últimos días de Maria

Maria Callas, del director chileno Pablo Larraín, viene a clausurar una trilogía de mujeres míticas que está compuesta también por Jackie (2016) y Spencer (2021). Angelina Jolie encarna a la legendaria soprano Maria Callas en sus días finales, en una París soberbia que parece inmutable.
Quizá, en aquella tarde del 16 de septiembre de 1977, en algún lugar de la Avenue Georges Mandel, alguien escuchó el débil llanto de unos perritos. Ha muerto Maria Callas, la Divina. Entre frascos de pastillas y vestidos de Saint Laurent es que yace el cuerpo de una de las sopranos más famosas de la historia. El mayordomo y la cocinera no lloran, los perros sí. El final de la diva es el punto de partida de Maria Callas (2024), la última película de Pablo Larraín.
Este film del director chileno pareciese que viene a clausurar una trilogía de mujeres míticas que está compuesta también por Jackie (2016) y Spencer (2021). Estas obras tienen en común el hecho de parecer una biografía tradicional cuando son más bien estados de ánimo, dispositivos de interioridad. Lo que Larraín trabaja muy bien en sus películas es el desarrollo del carácter psicológico de sus personajes. Sus emociones, gestos, detalles, pero sobre todo las frustraciones. Tanto Maria como las demás mujeres míticas transitaron vidas de tragedia. Sus logros e infortunios son dignas de ser llamadas odiseas. A Larraín no le importa tanto lo que hizo Ulises sino el hecho de saber cómo se sintió Ulises. Esto es lo que trata de poner en cámara: exteriorizar el interior.
Para lograr esa vida interior que tienen las películas del director chileno se necesita un trabajo de arte digno de mención. Tanto Maria Callas como las demás películas históricas nos transportan a la época en la que se desarrolla el relato. Desde Tony Manero (2008), incluyendo por supuesto a la ya emblemática No (2012), Larraín logra el efecto de la máquina del tiempo. La oscuridad de la sala de cine se convierte en la Chile de los setenta o en el Estados Unidos de Kennedy. En este caso los últimos días de la diva se desarrollan en la París soberbia que prácticamente no tiene tiempo y parece inmutable. Los cafés y las calles por las que camina la Callas pueden ser tanto de los setenta como de fin de siecle.
Otra de las razones por la cual este film es notable es la actuación de Angelina Jolie. Es un lugar común y hay que tomarlo con cautela cuando un crítico anuncia esta afirmación, pero en este caso es evidente: vida y obra de la actriz se confunden con la de la soprano. Es inevitable no hacer los paralelismos entre las trayectorias trágicas de Angelina Jolie y Maria Callas, que maridan tan bien en pantalla. Una infancia terrible, una madre abusiva y los distintos obstáculos de la vida artística son algunos de los puntos de contacto entre ellas. No está de más decir que los meses de canto lírico para el desarrollo del personaje le vinieron excelente a Jolie. Las gesticulaciones de los tonos son tan verosímiles como los de una ópera real.
La última película de Pablo Larraín es una obra respetuosa de la vida de Maria Callas, casi reverencial de todas maneras. No es problemática ni tampoco aduladora, tiene un aura que dignifica a la soprano, que la enaltece a la distancia. Quien espere encontrarse con un relato tradicional obtendrá a cambio algo mucho mejor: adentrarse en el estado mental que transitaba Maria Callas en sus últimos días de soledad. Únicamente rodeada por un mayordomo, su cocinera y dos perritos.