Estrenos

Esa estrella era mi lujo

Con Anora, Sean Baker entrega la que tal vez sea su mejor película hasta el momento. Ganadora de la Palma de Oro en la última edición de Cannes, la película cuenta la historia de una trabajadora sexual que se casa con el hijo de un multimillonario ruso. Y, a partir de ahí, los sueños comienzan a resquebrajarse. 

 

Cuando recibió la Palma de Oro por su película Anora en el Festival de Cannes 2024, el director norteamericano Sean Baker (1971) terminó su discurso con estas palabras: “Esto es para las trabajadoras sexuales, presente, pasado y futuro, esto es para ustedes”. Esta dedicatoria no tiene que ver únicamente con su más reciente película, ya que es el cuarto largometraje, luego de Red Rocket (2021), Tangerine (2015, hecha con tres teléfonos iPhone 5s) y Starlet (2012), en el que Baker aborda a personajes que ejercen el trabajo sexual (ya sea delante de las cámaras, en las calles o en espacio cerrados). El tema, a pesar de que él siempre aclara que no le gusta analizar su propio trabajo, le preocupa, lo ocupa y lo vuelve, sí, creativo para generar obras que indaguen ese mundo. 

Pero finalmente hay que considerar que lo que le interesa a Baker dentro del universo del trabajo sexual es más la parte que se deriva del “trabajo” que del puro regodeo en lo “sexual”. Es un cine que nos muestra a personas tratando de sobrevivir en las ruinas del capitalismo más extremo. Y, sobre todo, la forma en la que eso impacta en el cuerpo, en los sentimientos y en la psiquis. Son películas donde la lucha es constante porque cualquier rastro de sentimentalismo puede ser muy perjudicial para cualquiera de los implicados. Anora no es la excepción, y sigue esta línea que ya venía trabajando Baker. Y esto hay que contemplarlo porque en esta ocasión la película en varios momentos se trasviste de comedia de enredos, pero no hay que distraerse: en el centro late un corazón que es tan oscuro como la noche más solitaria del desierto.

El comienzo es de comedia romántica. Chica conoce a chico. Solo que la chica, Any –en un papel consagratorio de Mikey Madison–, es una bailarina en un club nocturno y el chico, Vanya Zakharov –en el cuerpo de Mark Eydelshteyn, que logra un desempeño carismático–, es el hijo de una familia de multimillonarios rusos. Se conocen en el club de Manhattan donde trabaja Any. Hay una primera conexión entre ellos porque ella sabe algo de ruso por su abuela (lo entiende mejor de lo que lo habla). Luego, Vanya la contrata por una noche, después por una semana y, en un rapto de optimismo que le saldrá carísimo a Any, deciden casarse. Ahí aparece el nombre real de Any: Anora. Esta dualidad identitaria Any/Anora es fundamental para pensar estos bordes del personaje principal entre la trabajadora que crea una fantasía para su cliente (Any) y la persona real que se ilusiona con casarse y tener una vida distinta (Anora). Lo que ocurre a continuación no conviene adelantarlo pero sí se puede decir que la historia romántica, impulsiva e inconsciente del comienzo (que oscila entre la comedia y el drama) se convierte en una suerte de After Hours donde se involucran los tipos duros que trabajan para la familia Zakharov y tiene que ver con anular el casamiento y el derrumbe de las aspiraciones de Any/Anora: una vida por fuera del trabajo sexual y adentro de una familia multimillonaria. En cierto sentido es una película de ascenso (rapidísimo e inesperado bajo la ruptura de la fantasía que provee el trabajo sexual con respecto al cliente) y caída (lenta, imparable, dolorosísima), en la que Baker lleva a sus personajes a una situación que profundiza (y en las que escarba) hasta las últimas consecuencias. Por eso tiene que ver con lo físico y con las reacciones viscerales. Es así como la vemos a Any pelear y confrontar a lo largo de casi toda la película, lo que lleva a pensar en lo difícil y dura de su vida cotidiana, aunque Baker nunca muestra nada del pasado de Any. Hasta que en un momento deja de pelear y en un coche, cuando toda la aventura ya pasó y la luna de miel se perdió para siempre en un mundo paralelo, tiene lugar uno de los momentos más conmovedores del cine de los últimos cinco años. 

Anora se maneja en un registro de realismo crudo y sin romantizar nada de lo que sucede, y tampoco agrega adornos de más (ni en el trabajo sexual ni en la posibilidad de una vida fuera de eso). Si bien es una ficción, la película logra que los personajes tengan una dimensión profunda y una materialidad consistente que logra hacerlos reales, cercanos. Esa es una fortaleza de la película que se monta no solo en el casting y en el uso de la cámara (aunque es un director que no produce planos memorables), sino también en un guion del propio Baker que hace hablar a sus personajes como si estuvieran creando sus palabras en el mismo momento, como en un jam de improvisación. Eso le da una gran vitalidad y vivacidad a la película. Y, además, una sensación de presente inmediato, algo que se conecta con lo siguiente: los personajes no tienen historia en Anora, atraviesan el momento. Reconstruir, que es lo mismo que imaginar, el pasado y el futuro de Any/Anora es trabajo del espectador. Un trabajo lleno de goce porque la película, donde no hay moralejas ni verdades digeridas y está plagada de zonas grises en términos de comportamientos éticos de los personajes, es notable.