Un salto de fe (Correspondencia)

En vísperas de Año Nuevo, Andrés Brandariz y Walter Lezcano intercambian reflexiones en una correspondencia sobre Megalópolis, la última película de Francis Ford Coppola. Un diálogo tan desafiante y personal como la película misma.
1.
¡Hola, Walter!
Arranco (tarde) esta correspondencia, esperando que el 2025 te encuentre rodeado de pan dulces, mantecoles y gente que te quiere. No puedo dejar de señalar la coincidencia de arrancar una conversación sobre Megalópolis en estas fechas, tratándose de una película que termina (y procuraré no botonear nada más) en la víspera de año nuevo y le da tanta importancia al tiempo, elemento que César Catilina parece manejar a voluntad.
Sigo pensando qué lugar ocupa esta película en la obra de Coppola: si es testamentaria (como se apuran a señalar los críticos, siempre dispuestos a enterrar artistas de cierta edad) o si abre una nueva etapa en su cine (hace poco leí una entrevista en la que confirmaba que su próxima película sería un musical basado en la novela The Glimpses of the Moon de Edith Wharton). Algo me resultó claro después de verla: no se parece a ninguna película que haya visto en el año, ni el año pasado. A la vez, es innegablemente coppoliana: en César Catilina encuentro ecos de sus genios rebeldes (el Jeff Bridges de Tucker, que tiene un lugar especial en mi corazón); en su exuberancia estética, vestigios de la artificiosa Golpe al corazón; en su retrato de un Estados Unidos hecho de contradicciones, algo de sus Padrinos. Y sin embargo es más oblicua y extraña que todas ellas. Hay algo acá que me fascina: creo que tiene que ver con su audacia y, también, con algo de su descaro. ¿Qué opinás de todo esto?
Andrés
2.
Hola, Andrés querido, ¿cómo estás?
Espero que muy bien. Yo arranqué el 2025 terminando una serie (El juego del calamar 2) y, ahora, con música ambient y mate.
Te escribo mientras en casa duermen todos y el sol entra por la ventana de la cocina (dicen en redes que hace mucho calor pero yo no lo siento todavía).
Creo que, como bien decís, el tiempo (en sus distintas concepciones, efectos y superposiciones) es el material principal de esta película, y que la atraviesa. Incluso en lo anticipada que fue, y esa clase de expectativas nunca juega a favor de nadie. Y, por otra parte, se lo puede relacionar con la edad de Coppola que acá cumple una función, también: ¿qué tanto puede ver, en un sentido amplio , profundo y complejo, a sus 85 años lo que está sucediendo en términos políticos económicos en este momento histórico (algo que resuelve, tal vez, mucho mejor Clint Eastwood a sus 93 años en Juror #2) como bien lo hizo en el pasado con Apocalipsis Now –mi favorita– o El padrino o, incluso, la legendaria e influyente La ley de la calle? Coppola quiere dialogar con esta época (esa ciudad, esa mirada sobre la utopía, esas tensiones entre política estatal y privados) y lo hace desde una película, acá coincido de nuevo, absolutamente personal (lo que siempre, en última instancia, es un valor en cine). Pero es un tipo de subjetividad que no está tanto del lado de la figura de autor/visionario que ofrece algo revelador sobre este presente, sino más desde el lado de hacer exactamente lo que quería tal como lo quería hacer (un gesto punk para esta época de sumisión). De ahí que la financiación de esta película (algo que forma parte del argumento de Megalópolis: financiar la construcción de viviendas y de un barrio, digamos, soñado) fuera un tema: pone su plata en juego (y la va a perder). No creo que sea una película testamentaria (otra vez: el tiempo), como La lógica del escorpión de Charly García no es un disco “de despedida”. Veo a Megalópolis, dentro de la obra de Coppola, en un sentido vital de seguir haciendo películas del único modo en el que las sabe hacer y no quiere ingresar en lógicas distintas a las suyas (algo que está presente de forma explícita en la última de Nanni Moretti: Lo mejor está por venir).
Pensando en todo lo anterior me pregunto, ahora voy con esto, si realmente disfruté la película. Si me dio ese tipo de placer que busco y deseo cuando ingreso a una sala.
Si querés la seguimos por ahí.
Abrazo big!
Walter
3.
¡Hola, Walter!
Retomo este diálogo mientras se hace el arroz (me gusta pensar que nuestros mails transcurren así, entre comidas y bebidas).
Terminar una serie no es poca cosa, admiro el compromiso (yo soy incapaz).
Retomo esta cuestión del disfrute, que me parece interesante porque vuelve a plantear una pregunta eterna: ¿para quién se hace una película (o cualquier obra artística, para incluir a Charly y su Lógica del escorpión)? Creo que Coppola tuvo la fortuna de contar, por mucho tiempo, con esa sincronía tan preciosa y esquiva, esa que se produce cuando el “para mí” coincide con el “para ellos”. Los Padrinos, Apocalipsis, incluso su Drácula: picos que contaron con la aceptación del público y supieron reflejar sus inquietudes. El otro día volví a ver The Rainmaker (creo que su última película industrial, en el ya lejano 1997 y con un Matt Damon de primera comunión), que me gusta mucho. Aunque relativamente olvidada y menos exitosa que las otras, aquel Coppola conserva un instinto natural para ofrecer esa satisfacción que mencionás, la que hace que uno salga del cine con el corazón lleno y la mente activa.
Sin dudas, en Megalópólis prevalece el “para mí”: por la manera de financiarla, por sus decisiones de puesta en escena, por esta voluntad de evadirse de la contemporaneidad para hablar de ella en términos fantásticos (opuesto, como mencionás, a ese Eastwood que se mete en el barro del presente).
La fábula del escorpión y la rana que le da nombre al disco de Charly bien podría aplicarse a este gesto punk de Coppola, invertir una fortuna en una empresa sin recupero asegurado para realizar un sueño cuando ya nadie espera nada de él: “No he podido evitarlo, es mi carácter”. Hay algo en la concepción de la creación que debe ser riesgoso, debe ser audaz, y entre esos riesgos está el de fastidiar y exasperar (no pocas de las reacciones que leí sobre Megalópolis se manifestaban en ese sentido).
Hay algo de esa exasperación que es difícil disociar del disfrute que me produjo verla, o acaso es parte.
¿Habrá que brindar por el carácter?
Andrés
4.
¡Hola, Andrés querido! ¿Cómo va esta mañana? Espero que todo bien.
Yo tomo mate (amargo, como corresponde) esta mañana y pienso en tu mail, y en que está genial lo que planteás respecto de para quién se hacen las obras (musicales, cinematográficas, pictóricas, etc.).
La gente como Francis Ford Coppola, digo: artistas de ese rango (“¡respeten los rangos!”) se vuelven especies de un solo ejemplar y es como si cada paso que dan se midiera con lo que hicieron en su pasado. De algún modo ocurre esto: la única referencia que tienen son ellos mismos porque forjaron un canon, una cima, una suerte de territorio que solo les pertenece a ellos. Por decirlo directamente: es una liga donde compiten, es una forma de decir, por supuesto, consigo mismo. Entonces, me parece que el estreno de Megalópolis es un evento cinematográfico de orden atendible porque significa que Coppola sigue haciendo cine (¡bien ahí!); pero, al ver la película, por lo menos yo no pude disfrutarla como lo deseaba (¡mal ahí!). Relaciono a Coppola, o al menos eso espero de él (todavía confío en los artistas y los amo más que a los economistas y a los políticos, que los desprecio a todos), con la experiencia de crear un nuevo imaginario para estos tiempos (algo muy difícil), y lo que me encontré fue un capricho de 140 minutos con efectos especiales rancios, actuaciones desganadas/desorientadas y parlamentos de una obviedad insultante. Sin embargo, creo que el gesto de una individualidad visionaria prevalece como concepto de cualidad artística independiente: para ser artista hay que arriesgarse a no gustar, a no trascender, a no ser aclamado. No hay que olvidar que Coppola es parte de esa generación que renovó (y salvó) el cine norteamericano mainstream de los 70, y de ahí hasta acá su obra siempre fue relevante y atractiva.
Lo que me queda por decir es que, más allá de que no me gustó la película, considero que siempre es fascinante presenciar las obras de humanos superiores (creo que Coppola lo es) que eligieron su destino (en este caso hacer películas, algo prácticamente imposible para la mayoría de los humanos) y lo siguieron hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Digo: en tiempo de falta de compromiso y vaivenes y derrotas cotidianas por ghosteos varios, que alguien siga creando hasta el final me parece de las pocas cosas que hoy aplaudo de pie. ¡Qué importa si no me gustó la película! ¡El gusto no es tan importante! Un tipo de 85 años sigue haciendo lo que quiere. Hay mucho para aprender ahí. Crear cosas de forma colectiva (como el cine) es más vital que esperar a que te quieran por la superioridad moral. ¡Larga vida al cine de Coppola!
¡Abrazo big y suerte para nosotros!
Walter
5.
Walter querido, te escribo en mi post almuerzo y pronto a seguirte en esos mates (amargos, claro que sí)
Tal vez lo que Coppola se ganó después de todos estos años es eso: no gustar. No cuesta nada –de hecho, creo que es parte de la intención, ¿con quién más se puede identificar alguien desde la cima de la montaña?– pensarlo como ese César Catilina medio enfrascado en sus bocetos, un poco al margen del resto de los humanos (otro de los aspectos discutibles de la película, si desde el solipsismo se puede crear algo). Me gusta pensar que la película ofrece cierta reflexión sobre esa idea, a través del encuentro con ese amor que trasciende la muerte (otra vez Drácula, de otra manera). Me gusta pensarla como la historia de uno que crea para sí mismo que se reencuentra con el crear para otros (para una sociedad, una pareja, una familia, incluso para la generación de los hijos, como deja entrever ese final medio desconcertante).
Yo me quedo con esto último que decís: comprometerse, incluso (sobre todo) cuando eso implique no gustar. Al fin y al cabo, de Coppola vamos a seguir hablando igual.
Larga vida al cine de Don Francis, y un abrazo enorme para vos.
Andrés