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Una delicadeza delictiva

La nueva película de Hernán Rosselli nos sumerge en un universo cargado de texturas visuales, apoyado en un sólido verosímil para construir una historia íntima y fascinante. Algo viejo, algo nuevo, algo prestado se posiciona como una de las propuestas más interesantes del año tras su estreno mundial en la Quincena de Realizadores de Cannes y su paso por Contracampo.

 

Un video de seguridad, el llanto de un perro y el sonido de una tormenta inauguran una relación espectador-relato que, desde el principio, se siente peligrosamente cercana.

En el centro de la trama están los Felpeto, administradores de un negocio de apuestas de quiniela en un barrio del sur del conurbano bonaerense. Maribel coordina a los operadores desde su casa, mientras su madre, Alejandra, gestiona la administración desde una vivienda cercana. Pero el negocio familiar, ya afectado por la reciente pérdida del patriarca, se ve sacudido por intervenciones policiales contra figuras clave del juego clandestino y rumores de purgas en la fuerza. En medio de esta incertidumbre, emerge la búsqueda de un posible hijo perdido, entretejiéndose con la rutina del negocio en un retrato íntimo y complejo.

La plata no tiene nombre”, resuena en la sala, y con esa declaración se nos invita a adentrarnos en un mundo donde el dinero fluye por vías ilegales, pero siempre acompañado de una humanidad palpable. La película juega con nuestra incertidumbre: ¿es esto real? ¿Es ficción? ¿La niña de los videos VHS es la misma protagonista? Pero estas preguntas pierden peso ante la experiencia inmersiva que propone el director, quien constantemente nos lleva a cuestionar la naturaleza de lo que vemos en pantalla.

Rosselli logra un retrato cercano de los gestores del juego clandestino, evitando tanto la romantización como la espectacularización, un equilibrio que solo se sostiene gracias al carácter intimista del film. 

Este enfoque se debe en gran parte a su génesis: según el propio director, la historia comenzó cuando Maribel Felpeto, protagonista de la película, le presentó una caja con grabaciones familiares en VHS. Lo que inicialmente parecía el germen de un documental situado en los años 90 se transformó, por impulso creativo, en una narrativa ficcional que escala hasta convertir a los protagonistas de esos registros domesticados en participantes de una oscura trama del mundo del juego ilegal. El segundo elemento que nos envuelve hipnóticamente es la entrega de sus actores, cuya ternura interpretativa logra contener bronca y dolor con una naturalidad que conmueve. Maribel Felpeto y Alejandra Canepa, madre e hija tanto en la ficción como en la realidad, despliegan un pulso actoral impecable, de esas interpretaciones que nos sumergen por completo en la historia, haciéndonos olvidar todo lo que ocurre más allá de la pantalla.

Construida sobre la representación de la realidad a través del registro doméstico de los Felpeto —quienes, cabe aclarar, no tienen vínculo con actividades ilegales en la vida real—, la película utiliza estas grabaciones como la base de una ficción que apunta a algo mucho mayor. Rosselli declara que lo sedujo la contraposición entre un pasado idealizado y un presente constantemente vulnerado, eje que define el tono de la película, un western intimista en el sur del conurbano bonaerense.

La voz en off de Maribel nos acompaña en varios momentos, haciendo las veces de hilo conductor, introduciendo nuevas maneras de nombrar lo cotidiano, resignificando palabras familiares en el contexto de esta comunidad, que es tanto de sangre como de elección. En este hogar, las pantallas siempre están encendidas, el monitoreo es constante, el peligro es una presencia latente, pero todos están dispuestos a protegerse mutuamente. Una suerte de historia mínima, pero profundamente significativa, sobre la supervivencia argentina. 

El trabajo de Rosselli no solo destaca por su narrativa íntima, sino también por el uso de material preexistente que amplía la profundidad de la película. Los videos domésticos de los Felpeto se entrelazan con imágenes de allanamientos reales, creando una textura visual que fusiona lo privado con lo colectivo, lo ficcional con lo documental. Esta complejidad convierte a Algo viejo, algo nuevo, algo prestado en una experiencia cinematográfica especial, donde las herramientas visuales y sonoras desarrollan todo su potencial. Una invitación imperdible a adentrarse en un universo tan cercano que nos resulta inevitablemente inquietante. 

Una película que confirma el altísimo nivel del cine argentino en 2024.