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Sinfonía del horror silenciado

El terror como género siempre ha sido un vehículo para elaborar traumas y ansiedades sociales, profundamente arraigados en el contexto de una época. Es con esta premisa que El llanto, ópera prima del español Pedro Martín-Calero, quien coescribe junto a Isabel Peña —guionista reconocida por su trabajo en As Bestas (2022)—, encuentra su anclaje. 

 

Algo acecha a Andrea, pero nadie, ni siquiera ella misma, puede verlo a simple vista. Hace veinte años, a diez mil kilómetros, la misma presencia aterrorizaba a Marie, y Camila fue la única persona que pudo entender lo que le ocurría, pero nadie les creyó. Las tres escuchan la misma señal, un llanto desgarrador. Con este enfoque se abre paso un thriller que juega con los clásicos estereotipos del terror pero los reconfigura de una forma astuta. Con tintes que nos remiten a clásicos como El ente (1982) y a It Follows (2014), la típica casa embrujada será reemplazada por una torre de concreto, un edificio de tono brutalista, repleto de departamentos. Un edificio que puede estar en España o en La Plata y que, de hecho, está en ambas ubicaciones, convirtiéndose en el epicentro del horror. Porque el terror no entiende de lugares; solo de emociones como el miedo y la impotencia.

Desde la primera secuencia, la película establece un impacto brutal. Con luces parpadeantes, música electrónica y una mujer perseguida —o tal vez poseída, o quizá con problemas de salud mental—, el film deja en claro que no tiene miedo de tomar riesgos. Y realmente logra salir triunfante. A partir de aquí la película estará estructurada en partes, y cada una de ellas llevará el nombre de estas tres mujeres atrapadas en esta onda expansiva de horror.

Andrea, interpretada por Ester Expósito, protagoniza la primera historia, situada en España. Su mundo está situado en el universo que nos recuerda el del cyber horror, donde su vida social transcurre a través de pantallas: su novio, sus padres y sus amigas están al otro lado de un dispositivo. Esta realidad virtual contrasta con la analógica de veinte años atrás en La Plata, donde las historias de Camila y Marie revelan una vida más tangible, aunque igualmente atravesada por el terror. Aquí, una cámara inquieta, llena de deseo por capturar a la que parece ser la chica más interesante del mundo, nos hace accesibles al miedo. En El llanto, la entidad acosadora solo es visible a través de dispositivos audiovisuales: un cuerpo envejecido, de actitud taciturna pero profundamente violenta y perversa. La vida de Andrea, Marie y Camila se convierte en un infierno.

El desafío interpretativo que plantea el género está más que superado, con actuaciones sobresalientes de Mathilde Ollivier y Malena Villa, quienes vibran al pulso de la película y comprenden las sutilezas de su narrativa. El llanto como una audición imprevista emanada por diferentes dispositivos será lo que entrelace la historia de las tres mujeres y, de alguna manera, nos da una pauta de lo que, con la artillería del terror puesta en marcha, se nos quiere contar. Allí, en ese llanto como banda sonora del miedo, es que se encuentra la clave de la historia que se va desglosando a ritmo pausado pero firme a lo largo de toda la película. 

El llanto nos invita a recorrer una historia que trasciende generaciones, explorando tanto los lazos sanguíneos como la amistad entre mujeres. Pero, sobre todo, habla de dolores y silencios heredados que se filtran a través de las paredes de concreto, que persiguen y que destruyen. Contenciones que a veces no son suficientes y una pregunta abierta al público resuena en la sala: ‘¿Estamos malditas?’. 

Una película que pide ser vivida en la oscuridad de una sala de cine, donde podamos entregarnos por completo a la intensidad arrasadora que El llanto despliega ante nuestros ojos.