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Los gigantes de metal se acercan

Dirigida por el prolífico Marcelo Leguiza, cabeza creativa de la productora Mutazión (responsable de proyectos como Sonríe, KV62 y Snuff SRL, la primera serie de terror de Latinoamérica filmada en 360 grados), Cielo rojo (Gigantes de metal) fusiona lo íntimo con lo inquietante, lo real con lo imaginario. 

 

Hay cosas que están en mi cabeza y las repito”.

Cielo rojo nos sumerge en la mente fracturada de Bianca, una mujer que arrastra traumas de infancia imposibles de dejar atrás. Pero, desde el inicio, comprendemos que trasciende cualquier sinopsis que intente abarcar su complejidad. La película no solo narra un trauma; lo convierte en una experiencia visual y sensorial. Gracias a la ambientación planificada minuciosamente, ese trauma se visualiza como un pasillo de paredes desmoronadas y una casa llena de muebles antiguos y decadentes, donde el hogar familiar, deteriorado, se transforma una y otra vez en el escenario del dolor. La infancia y la adultez de Bianca se reflejan en este panorama intrincado en el que el abuso está en ambas salidas del túnel. Pero, más allá de eso, la herida emocional se manifiesta en el cuerpo, en la carne. La desintegración de la familia, y de todo aquello que debería haber brindado contención, hace eco en la desintegración de la piel. No es casual que la película haya sido definida en varios festivales como perteneciente al subgénero llamado body horror .

La fotografía impecable y una estructura narrativa ecléctica imitan la naturaleza cíclica y distorsionada del trauma. La temporalidad, como en las pesadillas recurrentes, es un elemento maleable que nos lleva a un universo de alucinaciones que, por momentos, no es peor que la vida real de la protagonista –si es que esa división puede hacerse en Cielo rojo–. La película construye un rompecabezas emocional en el que cada pieza invita al espectador a completar los espacios estratégicamente dejados en blanco, esperando un público activo dispuesto a entregarse al viaje cinematográfico.

Germán Baudino encarna un líder autoproclamado, un conspiranoico que impone su visión del mundo a través del disciplinamiento de los cuerpos. En su búsqueda del humano definitivo, uno con la resistencia de las cucarachas, cree encontrar la solución para un mundo en caos. Su destino también suscribe al caos pregonado.

El vestuario, a cargo de Ezequiel Endelman, juega un papel clave en la narrativa visual, trazando su propia línea temporal y contribuyendo a la atmósfera onírica. Lo moderno se yuxtapone con la moda del pasado y el diseño visual se acerca al lenguaje de los sueños, al igual que las alucinaciones, teñidas de rojo, no como simples artificios visuales sino como momentos de inflexión en la trama que amplifican la sensación de inquietud. La medicación psiquiátrica, uno de los temas principales de la película, se convierte en el motor del espanto, alimentando los delirios de la protagonista.

Bianca no solo es víctima en lo privado, sino también en lo público. Su juicio mediático refleja algunas de las ansiedades más profundas de nuestra sociedad contemporánea, conectando lo personal con lo público, lo individual con lo universal. La desintegración de las estructuras de contención es un tema recurrente: la familia falla, las instituciones fallan, y Bianca queda desamparada. El dolor físico, simbolizado por un cuchillo atravesando una mano, se convierte en una metáfora del trauma emocional, tan arraigado que se transforma en una segunda piel. Pero ¿qué hay debajo? ¿Es la sanidad una posibilidad en la vida de Bianca? ¿Existe realmente una forma de liberarse?

Leguiza hace honor a su recorrido y no reniega de la filosofía DIY, y esa impronta artesanal es lo que nos conecta profundamente con la película. No teme mostrar su autoría, ni oculta las marcas del dispositivo fílmico en su narrativa. Una estructura onírica sostiene el cuerpo de una creación fílmica robusta y repleta de capas.

Inquietante y profunda, Cielo rojo nos invita a pensar la fragilidad humana frente al trauma y las fuerzas que intentan controlarnos. Marcelo Leguiza nos entrega una obra que, sin duda, resonará mucho más allá de los límites del cine de género.